martes, 1 de abril de 2014

CAMINAR EN SILENCIO PARA GRITAR ¡YA BASTA DE LA GUERRA!

Caminar como expresión de una determinación moral y material, de la firmeza de un objetivo: no dejar pasar más la raya de la “frontera moral” nacional en lo inhumano y violento, caminar como sinónimo de un hartazgo y dolor ya insoportable ante  una guerra civil (Montemayor dixit) que nunca aprobamos, precisamente, la sociedad civil. A partir de finales del siglo pasado, hay un vuelco radical en cuanto a la identidad de las bajas humanas en las guerras: mientras en la primera guerra mundial el 15% de los muertos fueron civiles, en la segunda fueron el 50% y ya en la primera guerra de Irak (1991) los civiles representaron el 90% de las víctimas.
Las tres iniciativas que el poeta y activista noviolento Javier Sicilia lanzó el pasado 13 de abril en el zócalo de Cuernavaca al país, van dirigidas a la asunción de un mayor protagonismo por parte de nuestra sociedad civil para detener esta etapa de la guerra que nos atraviesa, y lo antes posible hacerla regredir al terreno de las soluciones político-sociales, no armadas.  Esto se logrará si asumimos, como sostenía Gandhi, que: “Nosotros hemos estado acostumbrados por mucho tiempo a pensar que el poder viniese sólo de las asambleas legislativas. Yo he considerado esta creencia un grave error causado por la inercia o por una especie de hipnotismo. Un estudio superficial de la historia inglesa nos ha hecho pensar que todo el poder llega al pueblo por los parlamentos. La verdad radica en que el poder está en la gente y es confiado momentáneamente a quienes ella puede elegir como representantes propios. Los parlamentos no tienen ningún poder y ni siquiera existencia independientemente del pueblo. Convencer al pueblo de esta sencilla verdad ha sido mi tarea en los últimos 21 años. La desobediencia civil es el depósito del poder”.
Está claro que la suma mecánica de estas acciones no constituye todavía una estrategia completa para detener tanta violencia en el país, esto tocará irlo complejizando y enriqueciendo entre sectores más amplios de la sociedad, pero es un punto táctico hacia adelante en la acumulación de fuerza moral y material nacional hacia la detención de este nivel de impunidad e inhumanidad. La primera acción propuesta consiste en ir dando nombre e identidad real a los muertos y desaparecidos de esta guerra, ir construyendo una memoria viva y activa desde abajo, desde la gente, para que esos muertos no sean anónimos, desconocidos, culpabilizados o “daños colaterales”, que se sepa masivamente cómo fue su muerte y haya justicia, para evitar que se repitan otras. Llenar entonces las plazas, u otros lugares públicos simbólicos, del país con placas e historias de esos jóvenes (los más por lejos), niños, ancianos, hombres y mujeres. Es sólo un primer paso, pero indispensable.
La siguiente acción consiste en  una marcha-caminata de cuatro días (5 al 8 de mayo) al corazón de la nación mexicana, al centro de sus poderes, al zócalo-Tenochtitlan. Largas y muy simbólicas caminatas ha habido muchas: la de la sal de Gandhi, la de los comunistas en China, la del millón de Luther King, la de César Chávez a Sacramento, la de la Minga colombiana, la de la Dignidad del Dr. Nava, la del Color de la Tierra de los zapatistas… Pero no se trata sólo de una marcha de Cuernavaca al DF, sino marchas y acciones paralelas noviolentas en muchas ciudades del país y el mundo, que ayuden a crear una gran presión social. Esta movilización es importante para crear un estado de agitación y reflexión colectiva continua durante esos días en todos los rincones del país, que, como bola de nieve social, vaya ampliando una gran columna de la protesta y propuesta nacional que avance desde Cuernavaca, y otros cientos de puntos de nuestro territorio, como una marea de la dignidad y la firmeza de la sociedad civil nacional bajo el lema de “Estamos hasta la madre. ¡Alto a la guerra! Por un México justo y en paz”.
En cada uno de los días de la marcha se irá corriendo la voz en los rincones del país: “Ahí va la ‘bola’ hacia el DF”, similar expectativa a la que sucedió en la marcha gandhiana de la sal, en la medida que avanzaban los días y la gente decía ya están cerca, qué pasó hoy…Será un levantamiento nacional de la indignación moral. Así, a partir del asesinato de Juan Francisco y sus amigos, la sociedad civil está pasando del terreno de la solidaridad al de la lucha, pues los cuerpos están en una situación distinta, ya que todos hemos podido visualizar más de cerca nuestra porpia vulnerabilidad. Se “tocó” a la clase media, y entonces la gran determinación de ese cuerpo agredido hizo que ésta y los demás sectores salieran masivamente a la calle, sobre un piso de gran hartazgo social. La muerte de estos jóvenes significó la acumulación de las  40 mil muertes que permanecían en el silencio, la amenaza, la vergüenza y el terror. Esta convocatoria significó la ruptura de ese terror y la posibilidad de que el dolor social se hiciera acción colectiva.
Javier Sicilia ha insistido también en que sea una marcha-caminata de silencio. El silencio es un arma moral y noviolenta que habla, no es el “silencio de los sepulcros” sino el grito de indignación de los vivos que luchan para que no haya más sepulcros inútiles. No se trata de un silencio pasmado, aterrado, sino activo de lucha. Es un silencio incluyente que une, que ayuda a escuchar y organizarnos, a tomar conciencia de la catástrofe o emergencia nacional en que nos hallamos, una señal de luto por el piso de sangre de 40 mil muertos sobre el que todos caminamos en México. Un ejemplo reciente en nuestra historia de un silencio combativo y esperanzador es el de las comunidades indígenas autónomas chiapanecas desde el 2003.
A este silencio va unida otra idea central: la búsqueda de la verdad. Gandhi llamaba a la noviolencia justamente “la fuerza de la verdad” y eso es lo que gran parte de la sociedad mexicana está buscando: saber la verdad. ¿Por qué hay 40 mil muertos, 10 mil huérfanos y 250 mil desplazados sólo en Juárez, miles de desaparecidos y el gobierno habla de paz? ¿quiénes son los asesinos de los 4 jóvenes de Cuernavaca, de los 6 miembros de la familia Reyes, de Marisela Escobedo y Susana Chávez, de los 16 jóvenes de Salvárcar, de Beti Cariño y Jiri, de los 48 niños de ABC? ¿por qué se destinan 6 veces más fondos a la guerra que al combate a la pobreza si hay 8 millones de jóvenes que no pueden estudiar ni trabajar? ¿por qué no se ha enfrentado seriamente el lavado de dinero y la autonomía del poder judicial?
Por otro lado, en la historia siempre las masas han tenido la capacidad de identificar símbolos, objetivos claros y sencillos, posibles de alcanzar en parte en un tiempo cercano. Dos símbolos clásicos de grandes marchas han sido la sal en la India (marzo 1930) y la tierra en la zapatista (2001). En estos momentos el símbolo es otro: los muertos y desaparecidos. Iremos a la marcha con los nombres de los muertos y desaparecidos de cada estado, con sus fotos, para “visibilizarlos”. Por eso,  marcharemos juntos, vivos y ‘muertos’, para exigir paz, verdad con justicia y dignidad.
Pero también es importante no autoengañarnos ni crear falsas ilusiones, o reforzar un mesianismo que todos sabemos que no lleva más que a caciquismos y caudillismo estériles y más violentos. Con estas acciones no se va a detener la guerra en el corto o mediano plazo, pero sí se va a ir, como bien señala Javier Sicilia, “reconstruyendo el piso de la nación, que está totalmente desgarrado por tanta violencia, en un estado de emergencia nacional”, sobre el cual se podrán situar todas las demás demandas sociales.  Sin embargo, este nuevo ¡Ya basta!  civil y pacífico, tiene como desafío irse transformando en algo organizado y estratégico, que no puede depender de la iniciativa, como en parte hasta ahora, de una o varias figuras centrales con alta acumulación moral pública. Lograr esta articulación y suma organizada positivamente con pluralismo, respeto, libertad y creatividad será la posibilidad de pasar de una etapa de movilización a una de movimiento social.
El paso final de esta etapa de lucha civil y pacífica será construir una especie de “pacto”, como sostienen muchos, primeramente entre la sociedad civil, y luego con las otras fuerzas sociales del país, con una serie de pocas y muy concretas acciones básicas sobre la seguridad, economía, justicia…, que hay que asegurarse sean cumplidas por los responsables. El pacto nace de la crisis del modelo de representatividad política, donde la clase política no representa ni escucha a nadie.
Estamos ante un parteaguas en nuestra historia actual, la foto de la disyuntiva es: por un lado el sistema trata de imponer la ley de seguridad nacional que atenta contra toda forma de los derechos humanos y militariza más al país; por el otro, estas movilizaciones masivas civiles y noviolentas por la paz con justicia. Guerra o paz.
 Por eso hay que marchar ¡ya!  Es hora de levantar la voz y el cuerpo, unirnos en un ¡Alto a la guerra en México!

Pietro Ameglio
Revista “Proceso”, 1º mayo 2011